Hasta que no te jugás las alas no hay cielo que valga la pena...

25.2.10


No me pierdas
no me dejes ir
guardame en la mesita de luz
o bajo tu almohada
o sobre la piel
haceme un lugarcito
en tu corazón.

21.2.10

En esta lejanía
donde las nubes caen
en silencio

mis pasos
son fantasmas amarillos
que se desgranan
lentamente
con tus ausencias.

Y están
el aire y los pájaros
y ninguno de los dos
es viento.


Foto: mía :)

3.2.10

Enfermera de mariposas.
Ese verano, como tantos otros, fuimos de vacaciones al campo de mis abuelos, para mi era una fiesta ya que ellos me mimaban más allá de lo imaginable. Era la reina de las hadas y podía hacer lo que quisiera, trepar a los árboles, andar a caballo, jugar entre los fardos de paja y hasta robar semillas de maíz para plantarlas junto al arroyo. Lo único que no me permitían hacer era acercarme a la ruta porque decían que era peligroso.
Una tarde en que el sol calentaba más que de costumbre, todos se acostaron a dormir la siesta en la casa, yo decidí quedarme a jugar con palitos y bolitas de paraíso armando mi tropa de hadas para proteger a todas las flores del mundo. En eso estaba cuando de repente una mariposa amarilla pasó volando frente a mí y se posó en la cabeza de una de mis hadas palito, la miré fascinada y ella también me miró (creo q hasta la vi pestañar), luego de un breve descanso levantó vuelo nuevamente y empezó a dar vueltas a mi alrededor. Me puse de pie y baile con ella, y así bailando sin darme cuenta me vi parada a un lado de la ruta. Al mirar de nuevo vi cientos de mariposas volando allí, celestes, blancas, rosas, naranjas y amarillas. Eran hermosas todas ellas y estaban en medio de la ruta. Los autos pasaban y las atropellaban sin verlas siquiera. Me desesperé, se estaban muriendo solas en la ruta. Ahí fue cuando decidí convertirme en... ¡enfermera de mariposas!
Cada vez que un auto que pasaba lastimaba una, esperaba que quedara libre la ruta y salía corriendo a rescatarla, la recogía con cuidado y la ponía sobre el pasto suave, le hablaba despacito para tranquilizarla y acomodaba sus alitas.
Así pasé no sé cuantas horas, no me importaban los bocinazos ni los insultos, olvidé a mi familia y hasta había olvidado que tenía prohibido acercarme a ese lugar hasta que vi a mi papá correr asustado hacia donde yo estaba, aún salvando mariposas. Cuando llegó donde estaba me miró duramente y me dijo:
-Se acabaron las vacaciones para vos, mañana mismo volvemos a la ciudad.
Intenté explicarle que no podía ser, que mis mariposas me necesitaban pero no me escuchó.
Esa noche lloré tanto que me subió fiebre y al amanecer mis padres asustados, decidieron llevarme a un médico en la ciudad y ya no regresar al campo.
Yo estaba muy triste, a punto de volver a llorar, hasta que al cruzar el portón de salida vi sobre el alambrado cientos de mariposas saludándome con sus alas, fue ahí que supe que me esperarían hasta el próximo verano.